La Navidad de
Javier
¡¡¡Por fin
terminaron las clases!!!
¡¡¡Por fin voy a ir
a la isla!!!
¡¡¡Por fin el
Polaco me va a enseñar a andar a caballo!!!
Bodoque mi salvador
Licho me empujó al agua, estaba tibia como el agua del mate que toma mi
mamá.
El río está quieto. No pasa ningún camalote, y los biguás están cazando
mojarras.
El otro día vi al papá de Marina en la casa de veraneo. ¿Vendrá ella?
¿Me traerá un regalo?
Ayer escuché algo que me alegró mucho: Licho no trabajará este verano.
Lo único malo de este verano es que voy a tener que soportar a Martincito.
Armar el arbolito con él será terrible.
Se me hace tarde. Todavía no compré las papas a mamá. Espero que no me
mande a hacer los mandados con el plomo de mi hermanito.
¿Qué son esos arañazos sobre la tierra? Espero que no sea el Sarna.
¿Qué son esos arañazos sobre la tierra? Espero que no sea el Sarna.
Me doy vuelta despacio, no quiero hacer ruido porque si es el Sarna
seguro me corre.
Ya me vio, me gruñe, me ladra, me corre. ¡Que no me alcance que no me
muerda!
Corro corro corro fuera Sarna fuera perro los talones no los talones no
todavía faltan dos cuadras si me tropiezo me cacha ¿me trepo a un árbol? ¡¿Qué
hago?! Perdí la ojota. No llego no llego ¡Ataque Bodoque! ¡Ataque Bodoque!
Bodoque aparece en medio de la calle. Ha saltado el portoncito, o volado,
porque lo veo aterrizar en medio de la calle y correr a mi encuentro.
Es un avión, es una rana es Súperman ¡Nooo! ¡Es Bodoque!
Sarna frena en seco, se enreda con sus patas y rueda. Se levanta, se
escapa hacia la costa, choca contra el tronco de un árbol que tiró la última
tormenta y se aleja dando grititos como un cachorrito.
—Gracias Amigo—, le digo a Bodoque con la voz finita, entrecortada. Asfixiada.
Él se acerca y me empuja con el hocico.
Le rasco la cabeza. Le doy unas palmadas y siento cómo late fuerte su
corazón.
El beso
Va
a llover, hay olor a agua en el aire. Ayer escuché a Marina jugar en la pileta,
se reía fuerte y su risa hacía burbujas dentro de mi pecho. Va a llover, así
que la voy a invitar a cazar ranas después de la lluvia.
Los primeros truenos asustan a Martincito que se larga a llorar. Me voy
a la vereda así no lo escucho, así mamá no me pone a cuidarlo.
Veo un rayo azulrojo. Uno…dos….tres; escucho el trueno. Seguro el rayo
cayó en el molino del campo de los Gutiérrez.
Marina está en su habitación, es en el piso de arriba; parece una
princesa en su torre.
Me mira.
Me sonríe.
La lluvia comenzó a caer. Gotones enormes explotan contra el piso de tierra. Me muevo,
salto de un lado a otro para que caigan sobre mi cabeza y en mi pecho como si
fueran una pelota; también sobre mi lengua. Ahora caen más rápido y quedo
estruendosamente mojado como un charco de ranas.
Ella me mira, lo sé porque levanta su mano y me saluda. Camino hacia su
casa para invitarla a la cacería. Siento como si tuviera grillos dentro de la
panza.
Golpeo la puerta. ¡Cuánto demora!, claro tiene que bajar de la torre.
Espío por la cerradura. Veo la lengua de su perrazo, escucho su jadeo.
No debí apoyarme en la puerta, cuando ella abrió y me caí. Ahora tengo las ojotas de Marina al lado
de mi boca. Levanto la cabeza y le digo:
A sus pies My Lady.
Marina se ríe. Ahora los grillos en mi panza cantan.
— ¿Queréis ir a cazar ranas después de la lluvia Lady Marina?
—Será un honor Lord Javier.
Vuelvo a casa bajo la lluvia, es una lluvia gorda y blanca. En el
horizonte el cielo está rosado, parece algodón de azúcar.
En casa mamá sacó las cosas para armar el arbolito.
—Javier, armá el arbolito con tu hermano.
— ¡Qué lindo! —le digo, le miento porque cuando pare de llover quiero que
me de permiso para ir a cazar ranas.
Me gustaría armar el arbolito con Licho y Marina.
Coloco el arbolito en una maceta llena de piedras para sostenerlo bien.
Espero que no se caiga como yo hace un rato. Me duele la rodilla.
— ¡Uy, Uy! Martincito las globitos son para colgar, no para
revoleárselos en la cabeza a tu hermano, “Tesorito”.
Mamá le dice Tesorito a Martín, a mí más que tesorito me parece plomito.
Ponemos los globos,
yo pongo uno y Martín otro. Yo pongo uno y Martín otro. Cuando todos los globos
están adornando las ramas verdes del árbol, alzo a Martín para que coloque la
borla de la abuela que va en la rama más alta. Sobre ella ponemos la
estrella.
Mamá nos ayuda con
la luces.
Sigue la lluvia. El cielo ahora debe estar negro porque parece de noche. Mamá enchufa las luces y cientos de luciérnagas inundan la casa.
Mamá está
sonriendo.
Hace dos horas que
la lluvia paró, ahora el sol empieza a asomarse entre las hojas de los árboles
y parece que diminutas rayitas como dibujadas con lápices de colores, vuelan y
bailan.
—My Lady My Lady,
el corcel y yo, su siervo, la aguardan.
— ¡Oh, gallardo caballero! ¡Rauda bajaré a su
encuentro deslizándome por mis cabellos
dorados como el sol!
—Querráis decir marrones como el agua del río.
Un minuto después
caminamos uno al lado del otro. Delante nuestro caminan Bodoque y
Hércules. Hércules lleva los bogueros,
se los atamos a los costados del lomo. Hércules es tan grande que los bogueros parecen palitos de brochetts.
Del cogote de
Bodoque colgamos una bolsita de tela llena de trapitos para atraer a las ranas.
Para cazar ranas con bogueros no se usan anzuelos: se ata el trapito a la
línea, se agita sobre el agua y cuando la rana muerde se tira fuerte y ¡listo!
— ¿Es difícil cazar
ranas? —me pregunta ella.
—Difícil no, pero
sí muuuy peligroso. Una vez, mientras cazábamos ranas con Licho, sentimos
muchísima sed. Recordamos el árbol de naranjas de Don Vicente, que sabe mucho
de cultivar naranjas porque es entrerriano, y fuimos a sacar algunas. Apenas habíamos comido dos cuando el viejo
salió con su escopeta, se paró en la
puerta del rancho y gritó: “Gurises del diablo, ¡vuelen de acá!” y nos apuntó.
Licho saltó el alambrado de púas y corrió
como una liebre. Yo salté y me enganché el pantalón. Me caí en un charco
y tragué agua con la nariz. Corrí. Perdí la alpargata en un pozo de barro. Me atropellé
las ramas de un sauce. Pateé una piedra con el pie descalzo. Me tragué un
mosquito y la segunda alpargata no sé dónde quedó.
—Jajajaja.
Llegamos a mi
laguna, no es una laguna, es una zanja de agua turbia.
Nos sentamos sobre
el pasto.
Marina atrapó la
primera rana, que cayó detrás de nosotros. Los dos no tiramos sobre ella. Nuestras cabezas
chocaron. Marina tenía barro en la nariz y se reía señalando mi cabeza. La rana
estaba sentada en mi pelo. Ella estiró la mano para agarrarla y yo también. La
rana saltó y nuestras manos se tocaron.
Marina seguía
riéndose y yo le di un beso. Ella paró de reírse, me miró y me dio otro
beso.
Ahora somos novios.
Sin árbol, pero
con sorpresa
Todavía se siente el
olor a quemado en el aire. Fue a eso de
las diez de la noche. Con Licho habíamos asado unos dorados y una boga grande que
pescamos esa tarde cerca del rancho del
Polaco. El Amarillo andaba trotando como loco relinchando y dando coses. Yo
escuchaba un relincho chiquito que contestaba al del Amarillo, que es fuerte y
corajudo. Cuando el Amarillo relincha se escucha en toda la isla y también en
la costa de enfrente.
—Licho; escuchá.
— ¡Qué!
—Ese relincho, como
de potrillo.
— ¡Ah!, eso sí.
— ¿Vamos a ver el
potrillo?
—Yo ya lo vi, es un
potrillo nomás. Mejor ponete a pescar o esta
noche no vamos a tener suficiente para todos.
Todavía se siente
el olor a quemado en el aire y aunque mamá me dijo que no importaba, que era un
accidente y que al amor de la abuela lo llevamos en el corazón, que lo que se
quemó eran solo unos globitos sin importancia, me siento triste porque eran
unas globitos muy muy viejos, de cuando mi abuela era chica.
Pasó así. Sacamos
la mesa al patio. Licho llegó con
sus papás y nos pusimos a charlar. Las mamás se pusieron a lavar la verdura
para las ensaladas. Los papás destaparon
una cerveza; cortaron salame y queso
para todos. Licho y yo encendimos el fuego, esperamos a que se hicieran las
brazas y pusimos los pescados, primero del lado del espinazo y después del lado
de la piel. Mamá hizo el chimichurri.
Comimos, charlamos, reímos.
Cuando se hacía un silencio porque todos se callaban yo me quedaba pensando.
Esa tarde no me había importado lo que Licho me dijo mientras pescábamos.
Yo quería ver ese potrillo que escuchaba relinchar como llamando a su
dueño. Así que dejé mi caña incrustada en la barranca y me fui.
No sé por qué mi corazón latía tan rápido. Di la vuelta al rancho del
Polaco y lo encontré. Estaba pastando. El sol lo iluminaba. Parecía de oro.
Desde que lo vi no hago más que pensar en él.
Eran eso de las diez de la noche cuando vi el humo. Me levanté sin decir nada para
no alarmar a nadie. Entré a la casa. El
árbol de Navidad se había quemado. Las ramas estaban achicharradas y desprendían
un humo negrísimo y agrio que me irritó los ojos y la nariz.
Me asomé a la puerta y llamé a todos.
El potrillo y yo
Miro hacia la isla. Veo al Polaco. Está preparando la canoa para salir a
recorrer el espinel.
Espero que el Polaco se aleje. Desato
mi canoa y remo hacia la isla para ir con el potrillo. Voy todo el camino
pensando en él.
En los libros dicen que los piratas escondían tesoros en las islas. Yo creo que el potrillo es el tesoro oculto de esa isla.
Llego, salto a la orilla, ato la canoa y corro hasta el rancho del
Polaco. Al llegar lo veo, es hermoso como el sol. Me quedo quieto, parado y quieto como estatua,
mirándolo. Me vienen a la cabeza un
montón de cosas: el beso con Marina; la risa del Licho cuando hace bromas; la cara de Martincito cuando lo alzo y lo hago
girar en el aire y también papá, cuando canta mientras siembra en la huerta.
Me voy acercando. El potrillo está pastando. Me ve y no se asusta. Se queda esperándome, quietito.
Me mira. Parece que me habla. Me alejo y relincha. Parece que me llama. Me acerco y se calma.
Lo agarro por la cabeza. Es tibio. Es áspero. Huele como el pasto de la
isla y como el río.
Es manso. Paso entres sus patas. Siento el calorcito de su panza y escucho
los latidos de su corazón.
Le acaricio la oreja. Sus ojos son marrones. Nos entendemos a través de
nuestras miradas. Estamos conectados.
Me siento sobre el pasto, él se echa a mi lado. Me olisquea. Arranco
un puñado de pasto tierno y se lo
ofrezco. Saca la lengua y mientras agarra el pasto me lame la mano.
Si fuera mío lo tendría en mi casa:
y lo acostaría conmigo
y le daría leche en mamadera
y zanahorias
y lo bañaría con champú
y lo llevaría a pasear con correa
y le contaría cuentos para dormir.
Me gusta estar con mi potrillo.
Ojalá fuera mío.
El nuevo árbol
Aquella noche, la noche en que se quemó el árbol, me asomé a la puerta y
llamé a todos.
Al ver derretidos los globitos de la abuela, mamá se quiso morir. Abrió
grande los ojos y la boca. Parecía decir “no” con la cabeza, o a lo mejor
temblaba.
Como yo grité: ¡El árbol se quema!, Licho corrió a buscar agua aunque no
hacía falta, porque no había llamas. Pasó
corriendo entre todos y arrojó con
fuerza el contenido balde, así que la cocina quedó hecha un desastre.
La mamá del Licho alzó a
Martincito que se largó a llorar al ver tanto lío
Papá calmó a todos diciendo: no importa, conseguiremos otro y lo
adornaremos entre todos.
El papá del Licho sacó el árbol achicharrado y también mojado. Lo
arrastró hasta el fondo del patio. Bodoque lo siguió, dio unas vueltas
alrededor del árbol, lo olfateó y después se echó al lado.
Estoy enojado.
Mañana mismo conseguiré otro árbol.
Es la siesta, todos duermen.
Licho me silba desde la calle. Salgo seguido por Bodoque.
Caminamos sin hablar.
Llegamos a la casa de Don Vicente. Yo no quiero treparme a sacar
naranjas. Licho tampoco. Cerca anda Sarna merodeando, cuando nos ve, se para
amenazante y nos gruñe.
Bodoque camina despacio detrás nuestro con la cabeza baja. Cuando
escucha al Sarna se adelanta, se yergue, levanta las orejas y el rabo y Sarna
sale disparado hacia la costa, chillando.
Seguimos caminando, no tenemos ganas de hablar, ni de jugar con Bodoque,
ni de hacer chistes.
Cruzamos a la isla. Licho rema y yo no paro de pensar en el
potrillo.
¿Se acordará él de mí?
¿Se acordará él de mí?
La isla está quieta. Caliente. No hay viento.
Qué raro, no se oye al potrillo. ¿Se lo habrán llevado?
Qué raro, no se oye al potrillo. ¿Se lo habrán llevado?
El Polaco nos espera. Tiene preparado su machete. Es largo como mi brazo
y su hoja todavía conserva un poco de la pintura roja que tenía cuando era
nuevo. Nos señala un Sombra de Toro que se alza en el albardón. Nos dice que
brotó después de una crecida hace como siete años.
Con Licho nos miramos y sonreímos. Es perfecto. No perderá sus hojas
hasta mucho tiempo después de talado.
Polaco me dice, Javier andá a buscar la soguita. Está detrás del rancho,
colgada en la enramada. Ya que vas, dale agua al potrillo.
Licho y Polaco caminan hacia el albardón.
Yo no camino, voy flotando hasta detrás del rancho. No siento el piso ni el sol ni el
viento, ni nada.
Veo al potrillo y se me pone la piel de gallina.
Le acerco el balde con agua fresca. El potrillo me da golpecitos en el
hombro con su cabeza. Es cachetón. Huele a pasto calentado por el sol.
Lo acaricio. Es un alazán tostado. El pelo corto es áspero y duro.
Nos miramos, sus ojos son grandes; su mirada penetrante y tierna. Su mirada me dice muchas cosas que no escucho, que siento en el corazón.
Lo abrazo y le digo bajito, bajito, “Te quiero”.
— ¡Dale Javier, que el árbol ya está en la canoa! —escucho el grito del
Licho.
Polaco está detrás mío; sonríe.
¿Habrá escuchado lo que le dije al potrillo?
Estoy cansado, acostado en mi cama. Miro la ventana de Marina. Tiene la
luz encendida. ¡Cómo quisiera contarle sobre mi potrillo!
Tengo sueño. Esta noche adornamos el sombra de Toro entre todos, mamá,
papá, Martincito, Licho, su mamá, su papá, y hasta la abuela, que llegó para
pasar la Navidad con nosotros. Quedó
hermoso. El Sombra de Toro es redondo y con las luces encendidas, parece una
galaxia multicolor, flotando en medio de la cocina.
Un regalo inesperado
Ya llegó el 24 de diciembre.
Mamá prepara sus deliciosas empanadas de carne con pasas para la nochebuena.
Martincito llora,
seguro tiene hambre. La llamo a mamá y le digo que a la siesta voy a ir a ver al
potrillo.
Mamá sabe cuánto me
gusta estar con él, así que siempre me
da permiso para ir. A la vuelta voy a ir a saludar a Marina. Le voy a llevar un
ramito de flores de la isla...y le voy a dar otro beso.
Al mediodía comimos albóndigas con puré. De postre, mamá abrió un turrón. Uno de maní como a mí me gustan.
—Un trocito de Navidad para vos, otro para vos —dice y nos da el turrón.
Martincito se mete
un maní en la nariz y mamá sale corriendo a buscar a papá.
Cuando todos
duermen la siesta lo llamo a Bodoque y salimos. Al llegar al río, Bodoque caza una rana y la lleva en la
boca sin apretarla. La rana croa.
Desato la canoa.
Bodoque salta dentro.
Remo despacio.
Me gusta el silencio de la siesta.
Me gusta el río manso y quieto de la siesta.
Remo despacio.
Me gusta el silencio de la siesta.
Me gusta el río manso y quieto de la siesta.
Llegamos, la isla está caliente, huele a agua, a flores de espinillo y a sol. El potrillo me ve y galopa hacia mí. Lo saludo, lo acaricio, le hablo bajito.
Como siempre, me mira
y saca la lengua. Siento su aliento a pasto. Le doy una zanahoria crocante y
dulce.
El
polaco sale a la puerta del rancho y se ríe. Me pregunta, “¿Cómo anda el
árbol?” Yo le digo, “Brillando”.
¿Por qué se ríe el Polaco cuando me ve con el potrillo? Él nunca se ríe.
El
potrillo y yo jugamos. Corremos. Lo baño. Le voy sacando el agua, frotándolo
con una ramita a la que le saqué las espinas. También la lijé para que esté
suave. Le peino las clinas.
La
siesta pasa rápido. Regresamos. Bodoque se revolcó por ahí y ahora tiene olor a
pescado podrido. Cuando llegamos lo baño y después voy a casa de Marina.
Toco
la puerta. Ella sale, me da un beso y a mí me quema el cachete. Le pregunto si quiere ir a la laguna, no
a cazar ranas sino a charlar un rato.
—¿Vamos?
—Dale.
Bodoque
y Hércules caminan delante nuestro. Van empujándose y tirándose tarascones.
También saltan y ladran. Parecen contentos.
La
laguna está cubierta de tembladerilla; toda verde. Se ven los ojos de las ranas
asomándose en la superficie del agua.
—¿A Dónde vas a pasar la Navidad?
—Solos,
en casa —me dice y tira una piedrita a la laguna. Las ranas se asustan y se
esconden.
Se
me ocurre una idea genial. Pasarla todos juntos en mi casa.
Mamá
dice que sí. La mamá de Marina dice que sí. Papá sale a buscar más carbón. El papá
de Marina sale a buscar pan dulce. Yo le digo que me gustan los budines con
frutas abrillantadas y él me dice: “Vení así los elegís”.
A
la noche preparamos la mesa bajo la parra. Hay muchas estrellas y el Sombra de
toro parece un planeta en medio del patio.
Comemos,
reímos, cantamos. A la medianoche brindamos, encendemos velas de colores sobre
la mesa y nos saludamos diciendo feliz Navidad.
Golpean
las manos.
Adelante,
dice papá.
Veo
al Polaco entrar caminando lento. Lleva el sombrero en una mano y en la otra
una soga. Viene riéndose y me mira. Yo
miro hacia atrás, hacia la oscuridad y lo veo aparecer. Escucho sus cascos resonar en los ladrillos
del patio. El potrillo se acerca, me mira y relincha.
Entonces
escucho las voces de todos, de todos a la vez.
—
¡Feliz Navidad, Javier!
Abrazo al potrillo por la cabeza. Lo miro a los ojos. Los míos tienen lágrimas; los de
él brillan como la luna. Saca la lengua
y me lame la mejilla. Me río; me río fuerte.
Todos
me están mirando.
—Este
es mi potrillo —les digo.