
El nuevo árbol
Plan de trabajo del episodio
CON LICHO VAN A LA ISLA Y ENCUENTRAN UN ÁRBOL
EL POTRILLO RELINCHA. LICHO LE DICE QUE SE LO
VAN A LLEAVAR A ENTRE RÍOS
ARMAN EL ÁRBOL
JAVIER ESTÁ TRISTE
El nuevo árbol
Aquella noche, la noche en que se quemó el
árbol, me asomé a la puerta y llamé a todos.
Al ver derretidos los globitos de la abuela, mamá
se quiso morir. Abrió grande los ojos y la boca. Parecía decir “no” con la
cabeza, o a lo mejor temblaba.
Como yo grité: ¡El árbol se quema!, Licho
corrió a buscar agua aunque no hacía falta, porque no había llamas. Pasó corriendo entre todos y arrojó con fuerza el contenido balde, así
que la cocina quedó hecha un desastre.
La mamá del Licho alzó a Martincito que se largó al llorar al ver
tanto lío
Papá, calmó a todos diciendo: no importa,
conseguiremos otro y lo adornaremos entre todos.
El papá del Licho sacó el árbol achicharrado y
también mojado. Lo arrastró hasta el fondo del patio. Bodoque lo siguió, dio
unas vueltas alrededor del árbol, lo olfateó y después se echó al lado.
Estoy enojado.
Hoy mismo conseguiré otro árbol.
Es la siesta, todos duermen.
Licho me silba desde la calle. Salgo seguido
por Bodoque.
Caminamos sin hablar.
Llegamos a la casa de Don Vicente. Yo no quiero
treparme a sacar naranjas. Licho tampoco. Cerca anda Sarna merodeando, cuando
nos ve, se para amenazante y nos gruñe.
Bodoque camina despacio detrás nuestro con la
cabeza baja. Cuando escucha al Sarna se adelanta, se yergue, levanta las orejas
y el rabo y Sarna sale disparado, chillando, hacia la costa.
Seguimos caminando, no tenemos ganas de hablar,
ni de jugar con Bodoque, ni de hacer chistes.
Cruzamos a la isla. Licho rema y yo no puedo
evitar pensar en el potrillo. ¿Se acordará él de mí?
La isla está quieta. Caliente. No hay viento.
Qué raro, no se oye al potrillo. ¿Se lo habrán llevado?
El Polaco nos espera. Tiene preparado su
machete. Es largo como mi brazo y su hoja todavía conserva un poco de la
pintura roja que tenía cuando era nuevo. Nos señala un Sombra de Toro que se
alza en el albardón. Nos dice que brotó después de una crecida hace como siete
años.
Con Licho nos miramos y sonreímos. Es perfecto.
No perderá sus hojas hasta mucho tiempo después de talado.
Polaco me dice: Javier andá a buscar la
soguita. Está detrás del rancho, colgada en la enramada. Ya que vas, dale agua
al potrillo.
Licho y Polaco caminan hacia el albardón.
Yo levito hasta detrás del rancho.
Veo al potrillo y siento que se me pone piel de
gallina.
Le acerco el balde con agua fresca. El potrillo
me da golpecitos en el hombro con su cabeza. Es cachetón y tibio. Huele a pasto
fresco. Lo acaricio. Es un alazán tostado. El pelo corto es áspero y duro.
Nos miramos, sus ojos son grandes, marrones; su
mirada penetrante pero tierna.
Lo abrazo y le digo bajito, bajito: “Te
quiero”.
—¡Dale Javier, que el árbol ya está en la canoa!
—escucho el grito del Licho.
Polaco está detrás mío; sonríe.
¿Habrá escuchado lo que le dije al potrillo?
Estoy cansado, acostado en mi cama. Miro la
ventana de Marina. Tiene la luz prendida. ¿Cómo quisiera contarle sobre mi
potrillo!
Tengo sueño. Esta noche adornamos el sombra de
Toro entre todos: mamá, papá, Martincito, Licho y sus papá y hasta la abuela
que llegó para pasar la navidad con nosotros.
Quedó hermoso. El Sombra de Toro es redondo y con las luces encendidas,
parece una galaxia multicolor, flotando en medio de la cocina.
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