sábado, 8 de abril de 2017

y como en toda historia de amor, llegó esperado el beso



Lo pintado en amarillo fue lo señalado a Gastón Zuñiga para que ilustrara
El beso
Hace dos horas que la lluvia paró, ahora el sol empieza a asomarse entre las hojas de los árboles y parece que diminutas rayitas como dibujadas con lápices de colores, vuelan y bailan.
—My Lady My Lady, el corcel y yo, su siervo, la aguardan.
—¡Oh,  gallardo caballero! ¡Rauda bajaré a su encuentro deslizándome por mis cabellos  dorados como el sol!
—Querráis decir negros como la noche.

Un minuto después caminamos uno al lado del otro. Delante nuestro caminan Bodoque y Hércules.   Hércules lleva los bogueros, se los atamos a los costados del lomo. Hércules es tan grande que  los bogueros parecen palitos de brochetts.
Del cogote de Bodoque colgamos una bolsita de tela llena de trapitos para atraer a las ranas. Para cazar ranas con bogueros no se usan anzuelos: se ata el trapito a la línea, se agita sobre el agua y cuando la rana muerde se tira fuerte y ¡listo!


—¿Es difícil cazar ranas? —me pregunta ella.
—Difícil no, pero sí muuuy peligroso. Una vez, mientras cazábamos ranas con Licho sentimos muchísima sed. Recordamos el árbol de naranjas de Don Vicente, que sabe mucho de cultivar naranjas porque es entrerriano, y fuimos a sacar algunas.   Apenas habíamos comido dos cuando el viejo salió con su escopeta,  se paró en la puerta del rancho y gritó: “Gurises de diablo, ¡vuelen de acá!” y nos apuntó. Licho saltó el alambrado de púas y corrió  como una liebre. Yo salté y me enganché el pantalón. Me caí en un charco y tragué agua con la nariz. Corrí. Perdí la alpargata en un pozo de barro. Me atropellé las ramas de un sauce. Pateé una piedra con el pie descalzo. Me tragué un mosquito y la segunda alpargata no sé dónde quedó.
—Jajajaja.

Llegamos a mi laguna, no es una laguna, es una zanja de agua turbia.
Nos sentamos sobre el pasto. 
Marina atrapó la primera rana que cayó detrás de nosotros. Los dos  no tiramos sobre ella. Nuestras cabezas chocaron. Marina tenía barro en la nariz y se reía señalando mi cabeza. La rana estaba sentada en mi pelo. Ella estiró la mano para agarrarla y yo también. La rana saltó y nuestras manos se tocaron.
Marina seguía riéndose y yo le di un beso. Ella paró de reírse, me miró y me dio otro beso.    

Ahora somos novios.

jueves, 6 de abril de 2017

Fragmento del episodio "El potrillo y yo"




 


 Javier y el potrillo












El potrillo está pastando. Me ve y no se asusta. Se queda esperándome, muy quieto. Me mira. Parece que me habla. Me alejo y relincha. Parece que me llama. Me acerco y se calma.
Lo agarro por la cabeza. Es tibio. Es áspero. Huele a pasto de la isla y a río. 
Es manso. Paso entres sus patas. Siento la tibieza de su panza y escucho los latidos de su corazón.
Le acaricio la oreja. Su ojo es de color marrón. Nos entendemos a través de nuestras miradas. Estamos conectados.
Me siento sobre el pasto, él se echa a mi lado. Me huele. Arranco un  puñado de pastito tierno y se lo ofrezco. Saca la lengua y mientras recogen pasto me lame la mano.

Si fuera mío lo tendría en mi casa:
y lo acostaría conmigo
y le daría leche en mamadera
y zanahorias
y lo bañaría con champú
y lo llevaría a pasear con correa
y le contaría cuentos para dormir.


Me gusta estar con mi potrillo.


Ojalá fuera mío.

martes, 4 de abril de 2017

A un episodio del final



 Con Thomi trabajamos con planes para cada episodio del cuento, esos planes no siempre fueron seguidos al pie de la letra. Un ejemplo: el penúltimo episodio. Primero lo planeado y debajo lo que escribimos. Nos falta solo el episodio final.

El nuevo árbol
Plan de trabajo del episodio

CON LICHO VAN A LA ISLA Y ENCUENTRAN UN ÁRBOL
EL POTRILLO RELINCHA. LICHO LE DICE QUE SE LO VAN A LLEAVAR A ENTRE RÍOS
ARMAN EL ÁRBOL
JAVIER ESTÁ TRISTE



El nuevo árbol

Aquella noche, la noche en que se quemó el árbol, me asomé a la puerta y llamé a todos.
Al ver derretidos los globitos de la abuela, mamá se quiso morir. Abrió grande los ojos y la boca. Parecía decir “no” con la cabeza, o a lo mejor temblaba.
Como yo grité: ¡El árbol se quema!, Licho corrió a buscar agua aunque no hacía falta, porque no había llamas.  Pasó corriendo entre todos  y arrojó con fuerza el contenido balde, así que la cocina quedó hecha un desastre.
La mamá del Licho alzó a  Martincito que se largó al llorar al ver tanto lío
Papá, calmó a todos diciendo: no importa, conseguiremos otro y lo adornaremos entre todos.
El papá del Licho sacó el árbol achicharrado y también mojado. Lo arrastró hasta el fondo del patio. Bodoque lo siguió, dio unas vueltas alrededor del árbol, lo olfateó y después se echó al lado.


Estoy enojado.
Hoy mismo conseguiré otro árbol.


Es la siesta, todos duermen.    
Licho me silba desde la calle. Salgo seguido por Bodoque.
Caminamos sin hablar.
Llegamos a la casa de Don Vicente. Yo no quiero treparme a sacar naranjas. Licho tampoco. Cerca anda Sarna merodeando, cuando nos ve, se para amenazante y nos gruñe.  
Bodoque camina despacio detrás nuestro con la cabeza baja. Cuando escucha al Sarna se adelanta, se yergue, levanta las orejas y el rabo y Sarna sale disparado, chillando, hacia la costa.
Seguimos caminando, no tenemos ganas de hablar, ni de jugar con Bodoque, ni de hacer chistes.

Cruzamos a la isla. Licho rema y yo no puedo evitar pensar en el potrillo. ¿Se acordará él de mí?

La isla está quieta. Caliente. No hay viento. Qué raro, no se oye al potrillo. ¿Se lo habrán llevado?
El Polaco nos espera. Tiene preparado su machete. Es largo como mi brazo y su hoja todavía conserva un poco de la pintura roja que tenía cuando era nuevo. Nos señala un Sombra de Toro que se alza en el albardón. Nos dice que brotó después de una crecida hace como siete años. 
Con Licho nos miramos y sonreímos. Es perfecto. No perderá sus hojas hasta mucho tiempo después de talado.

Polaco me dice: Javier andá a buscar la soguita. Está detrás del rancho, colgada en la enramada. Ya que vas, dale agua al potrillo. 
Licho y Polaco caminan hacia el albardón.
Yo levito hasta detrás del rancho.
Veo al potrillo y siento que se me pone piel de gallina.

Le acerco el balde con agua fresca. El potrillo me da golpecitos en el hombro con su cabeza. Es cachetón y tibio. Huele a pasto fresco. Lo acaricio. Es un alazán tostado. El pelo corto es áspero y duro.
Nos miramos, sus ojos son grandes, marrones; su mirada penetrante pero tierna.  
Lo abrazo y le digo bajito, bajito: “Te quiero”.


—¡Dale Javier, que el árbol ya está en la canoa! —escucho el grito del Licho.
Polaco está detrás mío; sonríe.
¿Habrá escuchado lo que le dije al potrillo?


Estoy cansado, acostado en mi cama. Miro la ventana de Marina. Tiene la luz prendida. ¿Cómo quisiera contarle sobre mi potrillo!
Tengo sueño. Esta noche adornamos el sombra de Toro entre todos: mamá, papá, Martincito, Licho y sus papá y hasta la abuela que llegó para pasar la navidad con nosotros.  Quedó hermoso. El Sombra de Toro es redondo y con las luces encendidas, parece una galaxia multicolor, flotando en medio de la cocina.