martes, 24 de marzo de 2020

Colorin colorado esta aventura de escribir a cuatro manos, ha terminado




La Navidad de Javier

¡¡¡Por fin terminaron las clases!!!
¡¡¡Por fin voy a ir a la isla!!!
¡¡¡Por fin el Polaco me va a enseñar a andar a caballo!!!

Bodoque mi salvador

Licho me empujó al agua, estaba tibia como el agua del mate que toma mi mamá.
El río está quieto. No pasa ningún camalote, y los biguás están cazando mojarras.
El otro día vi al papá de Marina en la casa de veraneo. ¿Vendrá ella? ¿Me traerá un regalo?
Ayer escuché algo que me alegró mucho: Licho no trabajará este verano. Lo único malo de este verano es que voy a tener que soportar a Martincito. Armar el arbolito con él será terrible.
Se me hace tarde. Todavía no compré las papas a mamá. Espero que no me mande a hacer los mandados con el plomo de mi hermanito.
¿Qué son esos arañazos sobre la tierra? Espero que no sea el Sarna.
Me doy vuelta despacio, no quiero hacer ruido porque si es el Sarna seguro me corre.
Ya me vio, me gruñe, me ladra, me corre. ¡Que no me alcance que no me muerda!
Corro corro corro fuera Sarna fuera perro los talones no los talones no todavía faltan dos cuadras si me tropiezo me cacha ¿me trepo a un árbol? ¡¿Qué hago?! Perdí la ojota. No llego no llego ¡Ataque Bodoque! ¡Ataque Bodoque!

Bodoque aparece en medio de la calle. Ha saltado el portoncito, o volado, porque lo veo aterrizar en medio de la calle y correr a mi encuentro.
Es un avión, es una rana es Súperman ¡Nooo! ¡Es Bodoque!

Sarna frena en seco, se enreda con sus patas y rueda. Se levanta, se escapa hacia la costa, choca contra el tronco de un árbol que tiró la última tormenta y se aleja dando grititos como un cachorrito.

—Gracias Amigo—, le digo a Bodoque con la voz finita, entrecortada. Asfixiada.
Él se acerca y me empuja con el hocico.
Le rasco la cabeza. Le doy unas palmadas y siento cómo late fuerte su corazón.






El beso           

Va a llover, hay olor a agua en el aire. Ayer escuché a Marina jugar en la pileta, se reía fuerte y su risa hacía burbujas dentro de mi pecho. Va a llover, así que la voy a invitar a cazar ranas después de la lluvia.
Los primeros truenos asustan a Martincito que se larga a llorar. Me voy a la vereda así no lo escucho, así mamá no me pone a cuidarlo.
Veo un rayo azulrojo. Uno…dos….tres; escucho el trueno. Seguro el rayo cayó en el molino del campo de los Gutiérrez.

Marina está en su habitación, es en el piso de arriba; parece una princesa en su torre.
Me mira.
Me sonríe.

La lluvia comenzó a caer. Gotones enormes  explotan contra el piso de tierra. Me muevo, salto de un lado a otro para que caigan sobre mi cabeza y en mi pecho como si fueran una pelota; también sobre mi lengua. Ahora caen más rápido y quedo estruendosamente mojado como un charco de ranas.
Ella me mira, lo sé porque levanta su mano y me saluda. Camino hacia su casa para invitarla a la cacería. Siento como si tuviera grillos dentro de la panza.

Golpeo la puerta. ¡Cuánto demora!, claro tiene que bajar de la torre.
Espío por la cerradura. Veo la lengua de su perrazo, escucho su jadeo.

No debí apoyarme en la puerta, cuando ella abrió y me caí. Ahora tengo las ojotas de Marina al lado de mi boca. Levanto la cabeza y le digo:  A sus pies My Lady.
Marina se ríe. Ahora los grillos en mi panza cantan.
— ¿Queréis ir a cazar ranas después de la lluvia Lady Marina?
—Será un  honor  Lord Javier.

Vuelvo a casa bajo la lluvia, es una lluvia gorda y blanca. En el horizonte el cielo está rosado, parece algodón de azúcar.
En casa mamá sacó las cosas para armar el arbolito.
—Javier, armá el arbolito con tu hermano.
— ¡Qué lindo! —le digo, le miento porque cuando pare de llover quiero que me de permiso para ir a cazar ranas.

Me gustaría armar el arbolito con Licho y Marina.

Coloco el arbolito en una maceta llena de piedras para sostenerlo bien. Espero que no se caiga como yo hace un rato. Me duele la rodilla.
— ¡Uy, Uy! Martincito las globitos son para colgar, no para revoleárselos en la cabeza a tu hermano, “Tesorito”.

Mamá le dice Tesorito a Martín, a mí más que tesorito me parece plomito.

Ponemos los globos, yo pongo uno y Martín otro. Yo pongo uno y Martín otro. Cuando todos los globos están adornando las ramas verdes del árbol, alzo a Martín para que coloque la borla de la abuela que va en la rama más alta. Sobre ella ponemos la estrella.
Mamá nos ayuda con la luces. 

Sigue la lluvia. El cielo ahora debe estar negro porque parece de noche. Mamá enchufa las luces y cientos de luciérnagas inundan la casa.

Mamá está sonriendo.




Hace dos horas que la lluvia paró, ahora el sol empieza a asomarse entre las hojas de los árboles y parece que diminutas rayitas como dibujadas con lápices de colores, vuelan y bailan.
—My Lady My Lady, el corcel y yo, su siervo, la aguardan.
— ¡Oh,  gallardo caballero! ¡Rauda bajaré a su encuentro deslizándome por mis cabellos  dorados como el sol!
—Querráis decir marrones como el agua del río.

Un minuto después caminamos uno al lado del otro. Delante nuestro caminan Bodoque y Hércules.   Hércules lleva los bogueros, se los atamos a los costados del lomo. Hércules es tan grande que  los bogueros parecen palitos de brochetts.
Del cogote de Bodoque colgamos una bolsita de tela llena de trapitos para atraer a las ranas. Para cazar ranas con bogueros no se usan anzuelos: se ata el trapito a la línea, se agita sobre el agua y cuando la rana muerde se tira fuerte y ¡listo!


— ¿Es difícil cazar ranas? —me pregunta ella.
—Difícil no, pero sí muuuy peligroso. Una vez, mientras cazábamos ranas con Licho, sentimos muchísima sed. Recordamos el árbol de naranjas de Don Vicente, que sabe mucho de cultivar naranjas porque es entrerriano, y fuimos a sacar algunas.   Apenas habíamos comido dos cuando el viejo salió con su escopeta,  se paró en la puerta del rancho y gritó: “Gurises del diablo, ¡vuelen de acá!” y nos apuntó. Licho saltó el alambrado de púas y corrió  como una liebre. Yo salté y me enganché el pantalón. Me caí en un charco y tragué agua con la nariz. Corrí. Perdí la alpargata en un pozo de barro. Me atropellé las ramas de un sauce. Pateé una piedra con el pie descalzo. Me tragué un mosquito y la segunda alpargata no sé dónde quedó.
—Jajajaja.


Llegamos a mi laguna, no es una laguna, es una zanja de agua turbia.
Nos sentamos sobre el pasto. 
Marina atrapó la primera rana, que cayó detrás de nosotros. Los dos  no tiramos sobre ella. Nuestras cabezas chocaron. Marina tenía barro en la nariz y se reía señalando mi cabeza. La rana estaba sentada en mi pelo. Ella estiró la mano para agarrarla y yo también. La rana saltó y nuestras manos se tocaron.
Marina seguía riéndose y yo le di un beso. Ella paró de reírse, me miró y me dio otro beso.    

Ahora somos novios.




 Sin árbol, pero con sorpresa

Todavía se siente el olor a quemado en el aire.  Fue a eso de las diez de la noche. Con Licho habíamos asado unos dorados y una boga grande que pescamos esa tarde cerca del rancho del Polaco. El Amarillo andaba trotando como loco relinchando y dando coses. Yo escuchaba un relincho chiquito que contestaba al del Amarillo, que es fuerte y corajudo. Cuando el Amarillo relincha se escucha en toda la isla y también en la costa de enfrente. 
—Licho; escuchá.
— ¡Qué!
—Ese relincho, como de potrillo.
— ¡Ah!, eso sí.
— ¿Vamos a ver el potrillo?
—Yo ya lo vi, es un potrillo nomás. Mejor ponete a  pescar o esta noche no vamos a tener suficiente para todos.

Todavía se siente el olor a quemado en el aire y aunque mamá me dijo que no importaba, que era un accidente y que al amor de la abuela lo llevamos en el corazón, que lo que se quemó eran solo unos globitos sin importancia, me siento triste porque eran unas globitos muy muy viejos, de cuando mi abuela era chica.
Pasó así. Sacamos la mesa al patio. Licho llegó con sus papás y nos pusimos a charlar. Las mamás se pusieron a lavar la verdura para las ensaladas.  Los papás destaparon una cerveza;  cortaron salame y queso para todos. Licho y yo encendimos el fuego, esperamos a que se hicieran las brazas y pusimos los pescados, primero del lado del espinazo y después del lado de la piel. Mamá hizo el chimichurri.

Comimos, charlamos, reímos.

Cuando se hacía un silencio porque todos se callaban yo me quedaba pensando.
Esa tarde no me había importado lo que Licho me dijo mientras pescábamos. Yo quería ver ese potrillo que escuchaba relinchar como llamando a su dueño. Así que dejé mi caña incrustada en la barranca y me fui.
No sé por qué mi corazón latía tan rápido. Di la vuelta al rancho del Polaco y lo encontré. Estaba pastando. El sol lo iluminaba. Parecía de oro.
Desde que lo vi no hago más que pensar en él.

Eran eso de las diez de la noche cuando vi el humo. Me levanté sin decir nada para no alarmar a nadie.  Entré a la casa. El árbol de Navidad se había quemado. Las ramas estaban achicharradas y desprendían un humo negrísimo y agrio que me irritó los ojos y la nariz.

Me asomé a la puerta y llamé a todos.





El potrillo y yo

Miro hacia la isla. Veo al Polaco. Está preparando la canoa para salir a recorrer el espinel.
Espero que el Polaco se aleje.  Desato mi canoa y remo hacia la isla para ir con el potrillo. Voy todo el camino pensando en él. 

En los libros dicen que los piratas escondían tesoros en las islas. Yo creo que el potrillo es el tesoro oculto de esa isla. 

Llego, salto a la orilla, ato la canoa y corro hasta el rancho del Polaco. Al llegar lo veo, es hermoso como el sol. Me quedo quieto, parado y quieto como estatua, mirándolo. Me vienen  a la cabeza un montón de cosas: el beso con Marina; la risa del Licho cuando hace bromas;  la cara de Martincito cuando lo alzo y lo hago girar en el aire y también papá, cuando canta mientras siembra en la huerta.

Me voy acercando. El potrillo está pastando. Me ve y no se asusta. Se queda esperándome, quietito. 
Me mira. Parece que me habla. Me alejo y relincha. Parece que me llama. Me acerco y se calma.
Lo agarro por la cabeza. Es tibio. Es áspero. Huele como el pasto de la isla y como el río. 
Es manso. Paso entres sus patas. Siento el calorcito de su panza y escucho los latidos de su corazón.
Le acaricio la oreja. Sus ojos son marrones. Nos entendemos a través de nuestras miradas. Estamos conectados.
Me siento sobre el pasto, él se echa a mi lado. Me olisquea. Arranco un  puñado de pasto tierno y se lo ofrezco. Saca la lengua y mientras agarra el pasto me lame la mano.

Si fuera mío lo tendría en mi casa:
y lo acostaría conmigo
y le daría leche en mamadera
y zanahorias
y lo bañaría con champú
y lo llevaría a pasear con correa
y le contaría cuentos para dormir.


Me gusta estar con mi potrillo.


Ojalá fuera mío.



El nuevo árbol

Aquella noche, la noche en que se quemó el árbol, me asomé a la puerta y llamé a todos.
Al ver derretidos los globitos de la abuela, mamá se quiso morir. Abrió grande los ojos y la boca. Parecía decir “no” con la cabeza, o a lo mejor temblaba.
Como yo grité: ¡El árbol se quema!, Licho corrió a buscar agua aunque no hacía falta, porque no había llamas.  Pasó corriendo entre todos  y arrojó con fuerza el contenido balde, así que la cocina quedó hecha un desastre.
La mamá del Licho alzó a  Martincito que se largó a llorar al ver tanto lío
Papá calmó a todos diciendo: no importa, conseguiremos otro y lo adornaremos entre todos.
El papá del Licho sacó el árbol achicharrado y también mojado. Lo arrastró hasta el fondo del patio. Bodoque lo siguió, dio unas vueltas alrededor del árbol, lo olfateó y después se echó al lado.


Estoy enojado.
Mañana mismo conseguiré otro árbol.


Es la siesta, todos duermen.    
Licho me silba desde la calle. Salgo seguido por Bodoque.
Caminamos sin hablar.
Llegamos a la casa de Don Vicente. Yo no quiero treparme a sacar naranjas. Licho tampoco. Cerca anda Sarna merodeando, cuando nos ve, se para amenazante y nos gruñe.  
Bodoque camina despacio detrás nuestro con la cabeza baja. Cuando escucha al Sarna se adelanta, se yergue, levanta las orejas y el rabo y Sarna sale disparado hacia la costa, chillando.
Seguimos caminando, no tenemos ganas de hablar, ni de jugar con Bodoque, ni de hacer chistes.

Cruzamos a la isla. Licho rema y yo no paro de pensar en el potrillo.
¿Se acordará él de mí?

La isla está quieta. Caliente. No hay viento. 
Qué raro, no se oye al potrillo. ¿Se lo habrán llevado?
El Polaco nos espera. Tiene preparado su machete. Es largo como mi brazo y su hoja todavía conserva un poco de la pintura roja que tenía cuando era nuevo. Nos señala un Sombra de Toro que se alza en el albardón. Nos dice que brotó después de una crecida hace como siete años. 
Con Licho nos miramos y sonreímos. Es perfecto. No perderá sus hojas hasta mucho tiempo después de talado.

Polaco me dice, Javier andá a buscar la soguita. Está detrás del rancho, colgada en la enramada. Ya que vas, dale agua al potrillo. 
Licho y Polaco caminan hacia el albardón.
Yo no camino, voy flotando hasta detrás del rancho. No siento el piso ni el sol ni el viento, ni nada.

Veo al potrillo y se me pone la piel de gallina.

Le acerco el balde con agua fresca. El potrillo me da golpecitos en el hombro con su cabeza. Es cachetón. Huele a pasto calentado por el sol. Lo acaricio. Es un alazán tostado. El pelo corto es áspero y duro.
Nos miramos, sus ojos son grandes; su mirada penetrante y tierna. Su mirada me dice muchas cosas que no escucho, que siento en el corazón.  
Lo abrazo y le digo bajito, bajito, “Te quiero”.


— ¡Dale Javier, que el árbol ya está en la canoa! —escucho el grito del Licho.
Polaco está detrás mío; sonríe.
¿Habrá escuchado lo que le dije al potrillo?


Estoy cansado, acostado en mi cama. Miro la ventana de Marina. Tiene la luz encendida. ¡Cómo quisiera contarle sobre mi potrillo!
Tengo sueño. Esta noche adornamos el sombra de Toro entre todos, mamá, papá, Martincito, Licho, su mamá, su papá, y hasta la abuela, que llegó para pasar la Navidad con nosotros.  Quedó hermoso. El Sombra de Toro es redondo y con las luces encendidas, parece una galaxia multicolor, flotando en medio de la cocina.
 


 



















Un regalo inesperado

Ya llegó el 24 de diciembre. Mamá prepara sus deliciosas empanadas de carne con pasas para la nochebuena.
Martincito llora, seguro tiene hambre. La llamo a mamá y le digo que a la siesta voy a ir a ver al potrillo.
Mamá sabe cuánto me gusta estar con  él, así que siempre me da permiso para ir. A la vuelta voy a ir a saludar a Marina. Le voy a llevar un ramito de flores de la isla...y le voy a dar otro beso.

Al mediodía comimos albóndigas con puré. De postre, mamá abrió un turrón. Uno de maní como a mí me gustan.
—Un trocito de Navidad para vos, otro para vos —dice y nos da el turrón.
Martincito se mete un maní en la nariz y mamá sale corriendo a buscar a papá.

Cuando todos duermen la siesta lo llamo a Bodoque y salimos. Al llegar al  río, Bodoque caza una rana y la lleva en la boca sin apretarla. La rana croa.
Desato la canoa. Bodoque salta dentro. 
Remo despacio. 
Me gusta el silencio de la siesta. 
Me gusta el río manso y quieto de la siesta.

Llegamos, la isla está caliente, huele a agua, a flores de espinillo y a sol. El potrillo me ve y galopa hacia mí. Lo saludo, lo acaricio, le hablo bajito.
Como siempre, me mira y saca la lengua. Siento su aliento a pasto. Le doy una zanahoria crocante y dulce.
El polaco sale a la puerta del rancho y se ríe. Me pregunta, “¿Cómo anda el árbol?” Yo le digo,  “Brillando”.

¿Por qué se ríe el Polaco cuando me ve con el potrillo? Él nunca se ríe.

El potrillo y yo jugamos. Corremos. Lo baño. Le voy sacando el agua, frotándolo con una ramita a la que le saqué las espinas. También la lijé para que esté suave. Le peino las clinas.

La siesta pasa rápido. Regresamos. Bodoque se revolcó por ahí y ahora tiene olor a pescado podrido. Cuando llegamos lo baño y después voy a casa de Marina.
Toco la puerta. Ella sale, me da un beso y a mí me quema el cachete. Le pregunto si quiere ir a la laguna, no a cazar ranas sino a charlar un rato.
—¿Vamos?
—Dale.
Bodoque y Hércules caminan delante nuestro. Van empujándose y tirándose tarascones. También saltan y ladran. Parecen contentos.
La laguna está cubierta de tembladerilla; toda verde. Se ven los ojos de las ranas asomándose en la superficie del agua.
—¿A Dónde vas a pasar la Navidad?
—Solos, en casa —me dice y tira una piedrita a la laguna. Las ranas se asustan y se esconden.

Se me ocurre una idea genial. Pasarla todos juntos en mi casa.

Mamá dice que sí. La mamá de Marina dice que sí. Papá sale a buscar más carbón. El papá de Marina sale a buscar pan dulce. Yo le digo que me gustan los budines con frutas abrillantadas y él me dice: “Vení así los elegís”.

A la noche preparamos la mesa bajo la parra. Hay muchas estrellas y el Sombra de toro parece un planeta en medio del patio. 
Comemos, reímos, cantamos. A la medianoche brindamos, encendemos velas de colores sobre la mesa y nos saludamos diciendo feliz Navidad.

Golpean las manos.

Adelante, dice papá.
Veo al Polaco entrar caminando lento. Lleva el sombrero en una mano y en la otra una soga.  Viene riéndose y me mira. Yo miro hacia atrás, hacia la oscuridad y lo veo aparecer.  Escucho sus cascos resonar en los ladrillos del patio. El potrillo se acerca, me mira y relincha.
Entonces escucho las voces de todos, de todos a la vez.
— ¡Feliz Navidad, Javier!

Abrazo al potrillo por la cabeza. Lo miro a los ojos. Los míos tienen lágrimas; los de él brillan como la luna.  Saca la lengua y me lame la mejilla. Me río; me río fuerte.
Todos me están mirando.
—Este es mi potrillo —les digo.

Pego mi boca a su oreja y le susurro, “Te quiero, Sazerilla”.

Coautor: THOMAS GISBERT LÓPEZ  
Cursa 5to. grado del Liceo Militar General Belgrano

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